Cultura

Leona Camila Vicario en la Independencia de México

María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador nació el 10 de abril de 1789 en la Ciudad de México, hija de Gaspar Martín Vicario, un español peninsular y de doña Camila Fernández de San Salvador, una noble criolla. Pudo educarse al nivel de los hombres, algo raro en esa época, recibiendo desde niña una sólida formación intelectual que le fue muy útil, ya que le tocó vivir años muy importantes en la historia de nuestro país.
 Sus padres la apoyaron en lo que quería hacer y se desarrolló bajo su motivo de vida: “Me llamo Leona y quiero vivir libre como una fiera”. Le entusiasmaba leer y escribir, pero valoraba el trabajo doméstico de igual forma. Sus lecturas eran de lo más diversas y versaban desde los adelantos científicos a obras filosóficas, religiosas y literarias.
 Sus padres murieron cuando aún era muy joven, por lo que quedó bajo la tutela de su tío materno y padrino, el abogado Agustín Pomposo Fernández de Salvador. Leona era una mujer de férreo carácter, que desde un principio comulgó con la causa de la independencia y lo proclamaba sin ningún empacho desde el balcón de su casa.
 En el despacho de su tío conoció al joven yucateco Andrés Quintana Roo, pasante de derecho, del que se enamoró. Ambos compartían las mismas ideas de libertad y eso afianzó su relación, a la que se opuso el abogado Fernández de San Salvador, enemigo acérrimo de los insurgentes.
 Andrés Quintana Roo, quien ya pensaba unirse a los insurgentes, pidió la mano de Leona a Don Agustín, quien se la negó, argumentando que el joven era pobre. Andrés se trasladó a Tlalpujahua, donde se unió a las fuerzas de Ignacio López Rayón y, ante la forzosa separación, la joven buscó la manera de ayudar por su cuenta a la causa de la independencia.
 Leona Vicario, junto con su primo, hijo de su tutor Fernández de San Salvador y su hermana, la Marquesa de Vivanco, tomó parte en la concepción del proyecto insurgente desde el mismo centro de su élite. Ayudó al movimiento libertario en todo lo que le era posible. Leona distribuía la correspondencia rebelde, recibía en su casa a los jefes, ayudaba a las familias de los apresados y fue miembro del grupo de los “guadalupes”.
 Teniendo la capacidad y recursos para ser partícipe y libre, gastó el patrimonio que había heredado, aún sus joyas, enviando a los insurgentes dinero e información acerca de los movimientos políticos y militares que observaba en la capital del virreinato.
 Su principal medio de expresión era la escritura y por esta vía fue una invaluable líder insurgente. Se comunicaba mediante informes en clave publicados en el periódico “El Ilustrador Americano”. Leona Vicario tomó los nombres de sus personajes literarios favoritos para aplicarlos a los conspiradores “guadalupes” y a los insurgentes en el campo de batalla. Fue ella quien bautizó con seudónimo de guerra a José María Morelos, Miguel Hidalgo, Ignacio López Rayón y tantos otros de los principales líderes insurgentes. Hoy es considerada no sólo como heroína de la independencia, sino también como la primera mujer periodista de México.
 También enviaba y recibía noticias por medio de heraldos secretos, haciendo llegar a los conjurados dentro de la capital los informes que Quintana Roo le enviaba desde los campos de batalla. Ella fue quien dio la noticia en México de que los insurgentes acuñaban moneda propia. Asimismo, proveyó de armas y comida al ejército rebelde y trató de convencer a los mejores armeros vizcaínos de que se unieran a la guerra de independencia, por lo que fue delatada como conspiradora, siendo aprehendida y recluida en su casa, bajo la vigilancia de su tutor.
 Vicario, de espíritu rebelde, se escapó y huyó al pueblo de San Juanico, Tacuba, en donde reunió a varias mujeres, entre ellas su ama de llaves, con el propósito de unirse a la causa insurgente.
 Don Agustín, al percatarse de la ausencia de Leona, llamó a las fuerzas reales para buscar a la joven insurgente; esto hizo que descubrieran su iniciativa rebelde en Tacuba, por lo que fue procesada el 13 de marzo de 1813. Al ser amenazada con pasar el resto de su vida en la cárcel si no delataba a las personas resguardadas bajo los seudónimos de su invención, Leona Vicario eligió la cárcel perpetua. Fue sentenciada a permanecer en el Convento de Belem de las Mochas, en la Ciudad de México y le fueron confiscados todos sus bienes.
 El 22 de abril de ese mismo año, seis hombres disfrazados de fuerzas reales la rescataron y sacaron de la ciudad con rumbo a Oaxaca, donde se encontraba Morelos. Leona llevaba bajo su amplia falda una pequeña imprenta, pues los rebeldes editaban en forma rudimentaria su periódico “El Ilustrador Nacional“. Participó en algunos combates y continuó difundiendo las noticias sobre lo que ocurría en el frente de batalla, como corresponsal de guerra.
 Tres años más tarde, en 1816, Leona Vicario contrajo matrimonio con Andrés Quintana Roo en Chilapa. La pareja acompañó a las tropas de José María Morelos, padeciendo peligros y penurias, compartiendo todas las vicisitudes de las campañas militares.
 Siguieron al Congreso de Chilpancingo hasta la captura de Morelos, cuando tuvieron que emprender una penosa peregrinación durante un año, a salto de mata por las abruptas serranías, buscando refugio en la sierra de Tlatlaya, en el Estado de México. Allí, el 3 de enero de 1817, en una cueva de la montaña, nació Genoveva, su primogénita, de la que fue padrino Ignacio López Rayón.
 Quintana Roo tuvo que huir, dejando escrita una carta en la que solicitaba el indulto, para que su esposa la entregara al ser aprehendida. Un año después, Vicente Vargas, al mando de veinte soldados de las fuerzas reales, sorprendió en su refugio del pueblo de Tlacocuzpa a Leona Vicario y a su pequeña, a quienes condujo a Temascaltepec, donde se encontraron con la buena nueva de que se les había concedido el indulto solicitado por Don Andrés para su familia, aunque éste debían cumplirlo en España.
 El valeroso matrimonio se vio obligado a acogerse al indulto, fue exiliado a España y, finalmente, confinado en la ciudad de Toluca, donde Leona y Andrés residieron hasta 1820, cuando regresaron a la Ciudad de México. Aquí, Andrés Quintana Roo se dedicó al ejercicio de su profesión de abogado y a escribir obras literarias e históricas.
 Leona Vicario, a pesar de haber traído al mundo a sus dos hijas en plena campaña insurgente, fue una mujer cuya convicción ideológica la llevó a sacrificar todas las comodidades materiales a cambio de mantener una congruencia de pensamiento y acción.
 Una vez consumada la independencia, Leona y Andrés se mantuvieron muy activos en la defensa de la república federal. Andrés Quintana Roo fue diputado, senador y presidente del Tribunal Supremo de Justicia. Abrazó la logia yorkina y fue secretario de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Gómez Farías. Leona, además de colaborar con él en sus tareas políticas, combatía con su pluma los actos que le parecían en contra de la nación mexicana. Ambos actuaron siempre con una gran inteligencia política.
 El Congreso de 1822 decidió que Leona Vicario recibiera, en reconocimiento a su labor a favor de la causa de la independencia y como restitución de parte de sus bienes incautados por el gobierno virreinal, las propiedades de la calle de Santo Domingo esquina con Cocheras, hoy Brasil esquina con Colombia, así como las propiedades de los números 9 y 10 de esta última calle.
 Leona y su esposo, Andrés Quintana Roo, pasaron a habitar la casa, donde vivieron durante 19 años. Como la propiedad resultaba adecuada para dividirse en dos partes, Leona y Andrés vivieron en los altos y rentaron la parte baja, según la costumbre de la época.
 Tuvieron como primer inquilino a Antonio López de Santa Anna, famoso por haber encabezado el Plan de Casamata que terminó con el gobierno del emperador Agustín Primero. En este tiempo se decía que Santa Anna era novio de la sobrina de Leona, María Luisa Vicario.
 También se comentaba que la casa lucía muy bonita, con macetas bien cuidadas y faroles vistosos. Se veía siempre gran movimiento de gente que entraba y salía, unos para entrevistarse con el diputado Quintana Roo, otros para visitar al hombre del día, Santa Anna.
 Leona Vicario murió a las nueve de la noche del 21 de agosto de 1842, a los 53 años de edad, en la casa de Santo Domingo. Nueve años le sobrevivió Andrés Quintana Roo, su amante esposo y compañero de incontables aventuras libertarias.
 La vieja casona ubicada en Brasil 77 esquina Colombia 3, en el Centro Histórico, ha sido convertida en el Museo Leona Vicario. Hay dos placas en la fachada con las siguientes inscripciones: “Dedicada a la Heroína de la Independencia” en azulejo; mientras que la otra dice: “La mujer mexicana a Leona Vicario en reconocimiento a sus servicios a la Patria.”.
 En 1900 sus restos fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres y en 1925, al monumento del Ángel de la Independencia, donde reposa al lado de los demás caudillos de ese movimiento.
 Desde 1948, el nombre de la heroína ilustre Leona Vicario se encuentra escrito con letras de oro en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, como representante de la mujer mexicana que nos dio patria.
 Leona Vicario fue una mujer ejemplar que, sin pensar en su destino personal, participó en las luchas de nuestro pueblo por obtener su libertad en todos los órdenes y mejorar sus condiciones de vida.

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